silvia duzan
TRABAJO PERIODÍSTICO
Todos los ladrones creen en dios
Publicado en La Prensa el 8 de enero de 1989, en las páginas 22 y 23Fernando, un atracador bogotano, habla acerca de las galladas, de la moral de los que roban, de no dejársela montar, de no dejarse faltar, de las inquebrantables leyes de la calle, de los peligros que corre cada vez que se mete a un carro, de Dios, de los cobardes y los sapos, de los amigos que ya se fueron.
Son las seis de la tarde. En una casa derruida del barrio San Diego, abandonada hace muchos años por sus propietarios, están alistándose los últimos integrantes de la gallada de la zona. El Reducindo, la Mascota, Fernando, el Mapuche… El equipo se prepara para su jornada de esta noche. Al fondo, de un radio ilícito, surge la melodía almibarada del merengue de las Chicas del Can. Fernando nos mira y con sus labios retorcidos anuncia: “Son las seis. Prohibido dormir”.
Al entrar pasamos por un largo corredor de paredes desteñidas con puertas pesadas alrededor. Frente a cada una de ellas, una estufa de cocinol calienta las sopas de hueso, sus aromas se mezclan con el aire malsano que se desprende de los cuartos. Allí viven electricistas, familias numerosas, muchachas del servicio de tercera, gente que tiene la dicha de no pagar renta porque no hay dueño. La entrada no fue por la puerta principal. Un intrincado laberinto de atajos une a estas guaridas con las casas del vecindario. Todas son de los mismos. Se necesita un guía "diadentro" para llegar, pero sobre todo para que lo dejen salir.
En el cuarto de Fernando se pueden levantar las tablas, bien para esconderse cuando entra la Policía, o para sacar de la cava la marihuana mezclada con pasto sabanero de calidad. Si esta no es la onda, entonces hay basuco casero, remalo. ¿Pepas? Solo rorex y qualude. Todo para el consumo de la gallada, para darse su "golpe" en la cabeza antes de ir a trabajar. Las ventas las atienden los jíbaros que viven en otros cuartos.
"Un sicario tiene más moral que un ladrón. Hay que tener moral para matar. Pero yo creo que es más difícil robar que matar. Vea. Matar lo hace cualquiera. Dispara tres o cuatro tiros a una persona y listo. En cambio, en un carro uno tiene que demorarse unos segundo más. Tener más habilidad. Correr”.
Desde la puerta de la pieza se observa movimiento de gente que surge por los atajos. Al pasar por el cuarto de Fernando se distinguen las primeras parejas entrelazadas. El, sin esperar preguntas, hace de guía..."en las piezas de atrás...la especialidad de la casa...niditos-basuco de amor. Por la noche o por hora. Como quiera". Se asoma y bota sus frases de cajón: "¿Entonces qué?...la llave y tal... ¿Vamos a hacerlo? ¡De una!", y al entrar sonríe.
Todos están listos. Zapatos: tenis. Saco: oscuro. El instrumental bien dispuesto: en un bolsillo del saco el "mataganado" (por lo general una navaja marca Champion). En los otros la lima de uñas y pedazos de bujías. Los encargos se recogen a la salida. A ellos solo les gusta trabajar sobre seguro: venta y precio asegurado sin ir a regatear por ahí. El Reducindo toma los pedidos en los cuartos vecinos: pasacintas y farolas de Mazda, cadena de oro, una cámara fotográfica. El efectivo de las billeteras que caigan es todo para ellos. La noche promete. En la puerta cada uno se persigna.
Por robarle a una gringa
¿Usted cree en Dios?
Todos los ladrones creen en Dios. Mire, cuando uno ve que ya lo alcanzan, en un brinco uno dice: “Huy, Dios mío, que no me vayan a alcanzar”. Y yo sé, uno nota que la persona como que corre más, pero no, uno es el que se va alejando y va cómodo, ganando la carrera, ¿sí? Dios.
¿Cómo entro a la gallada?
Mi hermano, que era de los mejores, me convenció.
¿Era?
Sí, se ajuicio, no sé… tuvo muchos problemas en la casa. Mi mamá se la estaba molestando mucho… y entonces…¡cagada! ¡El tipo dijo no más, no más y no más!
¿Quién fundó la banda?
El finado Alfonso, que murió hace como dos años por robarle una cámara a una gringa, allá en el parque. Esa vez le íbamos a robar la plata y todo, pero comenzó a decir cosas como anda, chamine. Quién sabe qué no estaba diciendo, pero nos asustamos y nos fuimos. Vendimos la cámara y a los cuatro días comenzaron las averiguaciones: que una cámara, que una Canon, que una gringa, que la compraban bien. Nadie dio razón de eso. Luego llegó un papel que decía que iban a matar a los que habían robado la cámara y nosotros nos reímos. “¿Una gringa? ¿Qué nos van a martar a nosotros? ¡No!”. Y sí señor. Al otro día pasó un muchacho a pie preguntando por basuco, sacó la pistola, se volteó de espaldas y le metió un tiro en toda la boca a Alfonso, el jefe de nosotros. Es o fue el miércoles. Y el sábado pasó una moto y ¡ta ta ta ta ta…!, comenzaron a darnos metralla a lo loco. Mataron a dos más. Carin. A un muchacho de Cali que se llamaba Juan Ramón.
¿Quiénes conformaron la gallada ahora?
Vea, somos nueve en total. Heriberto es el más respetado de todos, pero está pagando una condena por robarse unos tanques de gas en el Palacio del Chunchullo. Allá en La Modelo están otros tres por un negocio malo en un almacén de la Caracas. Alfonso, que era de los duros, está perdido. Otro murió hace como quince días en un tropel. O sea que activos de base el Reducindo, el Mapuche -salió del hospital porque se puso a meterse por arriba a una panadería y pisó mal-, la Mascota, Pedro y yo.
¿Entre ustedes cómo se llevan?
Peleamos mucho. Digamos un viernes a las tres, cuatro de la mañana. Eso es una mano de golpes, peleas, puñaladas, de todos. A veces por la repartición. El más vivo es el que coge más plata. Y cualquiera es el más vivo. Hasta yo. Si me robo una cartera con treinta mil pesos, puedo picar 10 mil. Casi todo el mundo tira a eso. El que impone su ley es el que más responda.
Después me tocó probar que era calidad. Que era peleador. El que quiere entrar a la gallada tiene que pasar cuatro exámenes bien pasados: pelear a puños con cualquiera, pelear a puñaladas con el más fuerte para puñaladas, atacar a una o dos personas, robarse una o dos cosas.
¿Hay leyes entre ustedes?
Sí. Lo primero, no dejarse faltar. Pongamos: si yo le quito a otro de la gallada y ese no hace nada para recuperarlo, entonces le quito otra cosa. Se la monto. Eso es dejarse faltar. Y se jode. Tampoco se puede ser sapo. Si soy yo sapo me pueden chuzar. Si yo soy sapo me pueden chuzar. Si uno sabe que una persona lo delata, al principio la deja tranquila, ¿sí?, y cuando menos piense uno la ataca o la roba. Pero su es uno de nosotros, es otro problema más grave, porque ese recibe es puntazos. Lo apuñaleamos entre todos.
Uno distingue al que no tiene moral. Hay muchos que unos les dice ‘vea, coja y róbese tal cosa’ y dicen que sí luego no se lo roban. O atraques a esta persona y no la atracan. Uno los desafía a pelear y no pelean. Mientras no estén haciendo nada son unos verracos. Ya sabe uno que son cobardes.
¿Hay más reglas?
No ser marica. Aquí no hay maricas ni homosexuales ni nada que se le parezca. Eso que vengan un pocoton de maricas y ahí tal, tal, ¿que quiubo? ¡No! Acá todos somos machos. ¿Por qué? No sé. Uno los odia porque ellos no deben ser así. Tienen que ser hombres. Ellos nacieron para ser hombre: uno no puede echar para atrás.
Se necesita mucho método
Uno piensa que ustedes atracan a los despistados como el acto más normal. ¿Cómo escogen a sus víctimas?
Vea. Hablar del atraco es grave. Uno atraca a una persona y en realidad no sabe si tiene o no lana. Pero uno tampoco puede apostar a lo ciego. Vea. Esa cadenita que usted tiene en el cuello es de oro, ¿cierto? Además, cualquiera puede verlo a uno y pegarle un tiro. Es más fácil meterse a un carro que atracar porque uno queda sano, uno no espera a ver qué piensa el dueño. Sí, mire. Uno para robar no necesita respetar al cliente, pero también sabe a quién respetar a quién no.
¿Entonces cuál es el método?
Mirar siempre a los ojos. Sin ironía. Hacia dónde se va a dar. Uno no espera a que lo miren a los ojos porque eso es cagada. Y tampoco que se defienda. Uno siempre espera que la persona se quede callada y obedezca. A mí me gustaría que siempre fuera así... tranquilo. Que si yo la atraco y le digo "salga corriendo” usted corra. Si no, el mataganado. Uno lo maneja mirando a los ojos. Yo tiro a herir solamente las piernas porque tampoco me gusta arañar mucho. Pero a veces me emberraco mucho y el puñal cae en donde cae y el cliente queda ahí, como que se va a morir y no hay más remedio que irse del sector a otra parte diferente donde no lo conozca nadie.
Hay que tener moral para matar
¿Qué se necesita para entrar a la gallada?
Garantías. La garantía en mi caso fue la palabra de mi hermano. Después me tocó hacer lo mismo que a todos. Probar que era calidad. Que era peleador. Que no me dejaba faltar. Que no era sapo ni nada. Y pasé las pruebas. Mire. El que quiere entrar a la gallada tiene que pasar cuatro exámenes bien pasados: pelear a puños con cualquiera, pelear a puñaladas con el más fuerte para puñaladas, atracar a una o dos personas, robarse una o dos cosas.
¿Entonces es difícil entrar?
Es que el aspirante lo que tiene es que responder. Responder y listo, así le den en la jeta.
¿O sea que el que responde no es el que gana sino el que tiene futuro como ladrón?
Tiene moral. Lo que cualquier aspirante debe tener. La positiva de que puede ser ladrón y ladrón para toda la vida. Tener una moral para robarse lo que sea, muchas veces anda más que para aprender. Eso es moral.
¿Esa moral puede distinguirse a simple vista?
Claro. Uno distingue al que no tiene moral. Hay muchos que uno les dice "vea, coja y róbese tal cosa" y dicen que sí y luego no se lo roban. O atraquemos a esta persona y no la atracan. Uno los desafía a pelear y no pelean. Mientras no estén haciendo nada son unos verracos. Ya sabe uno que son cobardes. Que uno se las puede montar. Que los puede robar, atracar, hacer lo que se le dé la gana y ellos no responden.
Todos los ladrones creen en Dios. Mire, cuando uno ve que ya lo alcanzan, en un brinco, uno dice: ‘Huy, Dios mío, que no me vayan a alcanzar’. Y yo sé, uno nota que la persona como que corre más, pero no, uno es el que se va alejando y va cómo, ganando la carrera.
¿En su gallada ha tenido de esos?
No ve que por eso le tocó irse a José. Él llegó a la banda como vicioso. No le habíamos hecho las pruebas cuando ya estaba parcheando. Entraba y salía y volvía y así. Ya está casi integrado a la gallada cuando de pronto fue que comenzó a cagarla. Un viernes estábamos con él hablando ahí como si nada y le dije: “Vamos a sacar ese radio. Cuando salga usted me lo recibe ¿listo?”. “Claro”, me contestó. Entonces fui y saqué la radio. Cuando iba a entregárselo salió a perderse. Me tocó quedarme con el radio y salir corriendo, lo que uno nunca debe hacer. El sábado le dije “quiubo, vamos a atracar a ese señor que está allá atrás. Yo lo cojo del pescuezo y usted ahí mismo le quita lo que tenga, ¿sí?”. “De una”. Llegué, lo cogí y el marico se quedó mirándome. El señor todo rebotado y el otro dizque mirándome. ¡No! Me tocó darle un puntazo y salir corriendo. Ese día le pegué y lo robé. Luego comenzó a embarrarla más. Sapeó a varios. Más que todo a los jíbaros. También le robó una cicla a un muchacho y entonces…¡paila! Lo dejaron fly. Le tocó perderse.
¿La moral del ladrón es igual a la de un asesino?
Es diferente, porque el ladrón tiene mucho valor. Un sicario tiene más moral que un ladrón. Hay que tener moral para matar. Pero yo creo que es más difícil robar que matar. Vea. Matar lo hace cualquiera. Dispara tres o cuatro tiros a una persona y listo. En cambio, en un carro uno tiene que demorarse unos segundos más. Tener más habilidad. Correr. Mirar más. Saber cómo va a abrir el carro. A dónde lo va a abrir. Quién lo está viendo a uno y todo.
¿Si a usted mañana lo contratan para matar a alguien, lo haría?
Iría si me contratan. No es tan fácil así que no lo haría por cualquier chichipatada. Pediría por ahí unos cincuenta uy que me presten armamento y todo. El día que a mí me toqué poner el armamento entonces sí se pueden pedir unos cien.
¿Y luego le quedaría algún remordimiento?
Pues no, sabe que no. La reacción que yo he visto de gente que ha matado gente es como si nunca le hubieran hecho nada en su vida a nadie.
Publicado en La Prensa el 8 de enero de 1989, en las páginas 22 y 23